Cáspita!

¡Cáspita!

Notas a pie de página de ORNAMENTO




1 Y si alguien me afea la conducta por no hacer nada, o por llevar esta vida ociosa, no se lo tendré en cuenta. Y pensaré sotto voce: ¿Pero no es acaso el ideal de todos vosotros: el reposo, no hacer nada, o en cualquier caso dedicarse a lo que a uno le gusta sin ninguna otra preocupación? ¿No trabajáis once meses para hacer estas cosas sólo uno?. Pues a eso me dedico yo. Sé disfrutar del reposo sin pasar por la molestia previa del esfuerzo y del cansancio. Es una virtud y es un atajo. Si la gente sigue protestando por esto, me empujan a pensar que les mueve la envidia.

2 Marx estaría flipado. Nunca pudo imaginar que se disolverían las clases por la vía tibia de la fusión. Si levantase la cabeza se quedaría sorprendido de lo que consiguió el trabajador en esta sociedad capitalista, mucho más de lo que él esperaba de su paraíso socialista. Desde que existen los Cadena-Cien ya no es posible la revolución ¿Quién quiere tomar la Bastilla si cualquier deseo se sacia con 60 céntimos? ¿Para qué asaltar el Palacio de Invierno, con el frío que hace?.

3 De esta confianza en el experimento nace el positivismo en la ciencia y el espíritu queda desplazado, confinado al ámbito de la mecánica, o lo que es lo mismo, a un erial en el que morirá por inanición, dando sus últimos suspiros a finales del siglo XIX. El objeto se subleva contra el hombre. Comienza la batalla Ciencia-Poesía, Tecnología-Espíritu, Máquina-Fetiche. Baudelaire se da perfecta cuenta de que ha comenzado este proceso, es el primero en sospechar este holocausto, en intuir la estética post-industrial y la moral de rebaño que se avecinaban. Es, por esto, el primer poeta moderno, el primero, precisamente por esto, en estar herido de muerte; que es como mejor se escribe. Vendrán todos después de él, los que de la poesía sólo podrán encarnar su malditismo, el estigma social de ser hombres fuera de época, pues ha llegado la Era de los Mercaderes. La revolución industrial fue acorralando al poeta, disipando el espíritu, en la medida que estos mercaderes industrializaban sectores, destruyendo el fetiche artesano en favor de la máquina-objeto. Uno de los artificios más misteriosos y anómalos que podemos observar es un autómata; justamente por esa unión monstruosa entre máquina y alma, que se intensifica hasta el pavor cuando nos miran con sus ojos mecánicos. Ruskin fue de los pocos que creían poder conciliar el espíritu con la maquina; y proponía dar forma a las locomotoras de furiosos dragones, disfrazar a la máquina de vapor de animal fantástico, el progreso de ornamento, dar vida al objeto. Y por un segundo nos pareció vislumbrar una unión posible cuando el Modernismo, en algún momento del siglo, tomó la arquitectura y vistió a la máquina, que emergió ante nuestros ojos con las formas del Nautilus.
La máquina aún no estaba independizada de la artesanía, ni siquiera tenía constituida su entidad (aún tendría que llegar Filippo Tommaso Marinetti para sacralizarla, o Duchamp para entronizarla, antes de que se vaciase del todo), así que se travestía con las formas del arte. Pero cuando se independiza utilizó la ropa más barata, se olvidó de adornarse, con el fin de bajar costes para que hasta el trabajador pudiese consumirla. Los mercaderes –que estaban ganando la batalla y cada vez profanaban nuevos templos– habían puesto de saldo el mundo, por lo que se creían eximidos de envolverlo con papel de regalo. En definitiva, la forma ha olvidado su deber de adornar el fondo, el mundo estaba siendo desacralizado, ya no es lugar para el poeta. Pregúntenle a Ford cuánto espíritu cabe inculcar en una cadena de montaje.

Pero este tema –valga la digresión– es para hablarlo en otro sitio, donde me gustaría interpretar el final del siglo XIX como una contienda estética que se perdió contra el filisteísmo que se extenderá por el nuevo siglo bajo la consigna deprimente y arrasadora del progreso; ese animal domestico que se viste de tecnología en el funeral del espíritu; donde suenan las campanadas que marcan el comienzo del tiempo insano en el que se escindirán fondo y forma. El tiempo –como diría Rimbaud al oido de Henry Miller– de los asesinos. (Dicho sea de paso, los tiempos donde acabaría el asesinato considerado como una de las Bellas Artes, según pronostica De Quincey en la misma ciudad en la que The Ripper inventa al asesino moderno, el asesino en serie, que es un nuevo tipo de artista que como no puede desarrollarse en el arte de lo creativo, convierte la destrucción en un arte). Es decir, para el caso que tratamos aquí, la época en la que el ornamento pierde el derecho de enriquecer la función.

4 En realidad iba a trabajar vestido normal –dentro de mi natural extravagancia– y allí me cambiaba mientras los demás se ponían su ropa de trabajo. Así y todo, cuando cerraron, fui el último del que prescindieron.

5 Por eso me engalanaba todos los días para trabajar, por eso y por dejar constancia del rollo que es trabajar y lo muy por encima que yo estaba de eso. Nunca canto mientras trabajo, es de pazguatos, si alguna vez lo hacía era por entonar: ...es una lata el trabajar, todos los días te tienes que levantar... Magnifica canción de la que se colige que no es estrictamente necesario levantarse de la cama todos los días; sabia conclusión.

6 En una ocasión fui a oír una conferencia de un premio Nóbel negro, en Santiago (Wole Soyinka). Cuando acabó el acto, alrededor del premio Nóbel se juntó todo un grupo de literatos gallegos, por allí andaba Ferrín, brillante como si lo hubiesen encerado. Entonces el negro se levanta y apartando a todos los escritores que lo rodeaban se dirige hacía mí y me pregunta: Are you also a writer?. Que olfato de negro tenía ese Nóbel, quiero pensar.

Las adolescentes del Femenino me llamaban, sin yo saberlo y sin siquiera conocerme: El guapo del Borrazas (cuando el Borrazas aún no era cónclave de decadentismo); o, las más imaginativas: El niño artista. Tú no me conocías entonces, ahora mi toilette se reduce a una ducha de agua fría, cuando antes no salía de casa sin pintarme la raya de los ojos de negro-chapapote, o sin calcular algún detalle que se insinuase con sutil estridencia. Practicaba un colorido dandismo atlántico pre-decadente, con ínfulas de no hacer nada y de entender menos.

7 La mitad de mi ropa me la compraba Yolanda, era un entretenimiento suyo. Hablando de Yolanda; yo siempre diré –tengo que reconocerlo– que estar con ella valió la pena en el fondo ...de armario.

8 Menos las del ayuntamiento. Que fui a preguntar el otro día por el carné, que hacía años que no utilizaba, y me dijeron que yo estaba proscrito hasta el 2050. Les pregunté: ¿Y cuanto falta?. A lo que unas adolescentes que estaban a mi espalda echaron una risita de adolescente, encantadora. Sólo por escucharlas valió la pena tener que esperar 41 años.

9 Diógenes, cuando le llamaban la atención por vareársela en la plaza publica, decía: Ojalá pudiese quitarme el hambre con un simple masaje en el estomago. Para Diógenes la concupiscencia era sólo una perdida de tiempo, un estorbo del que estaría contento con deshacerse de él.

10 Cuando escribo, cualquier otra cosa me resulta un estorbo. Y mi horario se vuelve bastante regular.

Mi Bici

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