Cáspita!

¡Cáspita!

Epílogo a La Diosa Blanca (Una Gramática Histórica del Mito Poético) (1948) de Robert Graves


  ...la intocable, la irreal, una musa, a la que debes tu pensamiento y obra, para mantener su interés, y que así no desaparezca llevándose tu inspiración y cayendo en desgracia.
 (La Musa dixit)


Llevo meses sin escribir en el blog. Eso es terrible, es lo peor que me puede pasar. Pero aún cuando uno por sí solo no tiene fuerzas, a veces se tienen incentivos. Y el mejor estímulo siempre es sentir la cercanía, como diría Robert Graves, de una encarnación de la Diosa. Eso me pasó a mí hace unos días, cuando estaba a punto de olvidar que es Ella la única que sustenta. En La Diosa Blanca (Una Gramática Histórica del Mito Poético), Graves explica perfectamente esta alquimia de su presencia, o, más bien, lo explica difusamente; tal es el lenguaje de la Diosa.
Este libro apareció en las estanterías de una librería cuando yo buscaba otro donde poder encontrar un plano o una foto de la Luna, lo miré un momento, y pese a que nunca compro libros que no conozca, lo hice. Así de sincrónico quiso presentarse, ya hace más de 10 años. Ahora es imposible encontrarlo en ningún sitio. Ese libro me buscó a mí, de eso no hay duda, con él fui descifrando la gramática del mito y la devoción a la Musa, que impone el escribir como una tarea exigente, una disciplina que permite vivir cualquier experiencia, pero nunca olvidar que sólo escribes para ella. Y que ella y el escribir son la misma cosa.
Yo, convencido otra vez, de que sólo cerca de una nueva epifanía era posible seguir escribiendo y por lo tanto dar sentido a este remolino en el abismo (según una metáfora atlántica y oscura) que socavaba mi vació, creí que imaginándomela acabaría por tomar cuerpo. Y así fue, aquí apareció sola, del fondo del hiperespacio de internet, como seguidora de mi pequeño blog de snob coruñés. Empecé a hablarle. Y a reconocer, a la vez que yo me lo imaginaba, que era ella su misma encarnación. Como sólo nos comunicábamos por mensajes yo podía tranquilamente imaginármela como quisiese, y todos sus defectos siempre serian invisibles, y sus virtudes yo era libre de multiplicarlas a voluntad. Pero entonces sucedió algo aún más extraño, la pude ver en una foto y era la Belleza Blanca de la Musa, tan guapiña que era justo lo que yo necesitaba, y que, por increíble que parezca, hacía años que yo adoraba, que veía desde lejos alguna noche y la observaba acorazado por el temor de que se me acercase. En cuanto tomó cuerpo vi que mi imaginación se había quedado atrás, toda la belleza que me había imaginado era un esbozo de la suya. Y de las bondades que yo le había regalado no alcanzaban a las que ella acumulaba en su altura, me dí cuenta. Era pálida como la Diosa, esbelta, distante, infinitamente sola y, con el tiempo, vi que también era dulce y delicada. A punto de romperse si yo hacía un movimiento brusco. Fue todo tan rápido como intenso fue. Justo cuando vi que habíamos llegado a lo más alto sólo me dio tiempo a ver que todo se precipitaba con la misma velocidad que había subido. Y así acabó todo, tan sólo porque Wendy había crecido, y tenía otras cosas más importante que hacer. Pero yo rescaté, en el último momento, del remolino que se llevó ese precioso cuento que fue por unos días, los motivos para escribir, los impulso perdidos del estro, el infatigable numen de la poesía. Lo que resulta del todo natural, cuando uno se acerca -aunque en la distancia, aunque nunca la llegué a tocar, aunque brevemente- a la Musa.


No se posee a la musa, se la invoca y adora.




(...y con todo esto yo fui capaz de abrir otro blog que rápidamente llené escribiendo sobre ella, y que ella me ha prohibido enseñar.) 



MISTERIO.

Lo importante no es si existe lo misterioso (lo oculto) sino su posibilidad. Lo importante es que existe esa posibilidad, que nunca desaparece. Siempre estará ahí, haciendo del misterio una necesidad. Lo importante es que por muchas respuestas que encontremos siempre habrá nuevas preguntas. Que exista la posibilidad del misterio, es lo misterioso.

***

LOS POETAS Y LOS GATOS Y POR POCO LA VENTANA.

A mi los gatos me joden bastante. Tuve la típica conversación sobre gatos con un amigo que tiene uno. Era inevitable que me acabase diciendo: "Es que son muy independientes." "Si son tan independientes, le digo yo, que se busquen un trabajo. Y que contribuyan con un sueldo a la casa."
Han conseguido, presumiendo de independientes, vivir a costa de todos los incautos que, mientras alardean de lo autónomos que son sus gatos, los mantienen. Es precisamente esa petulancia, ese no necesitar a nadie, lo que me revienta en ellos. Será porque es lo que a mí me falta, esa arrogancia que empieza por ignorarnos, quitándonos la posibilidad de cualquier respuesta, y acaba olvidándose de nosotros. Eso es lo que me falta a mí, olvidarme de los demás, y, cortesmente, mandarlos al carajo. (No puedo. No puedo, mecachis).

A los poetas (y a personas sensibles y muy autosuficientes) les gustan los gatos, nadie sabe por qué. Y también les gusta que nos enteremos de que les gustan los gatos, como mostrando una unión entre ellos que nos deja al margen de algo importante que nunca alcanzaremos a comprender. Que chachi son ellos, sus mascotas, y la relación que los une. Yo nunca estaré a la altura.

Yo no soy autosuficiente como un gato, pero si soy muy sensible, y ahora siento que la ventana no estuviese un poco más hacia la derecha, porque así la pared no nos impediría comprobar que, como los gatos son tan guays, siempre caen de pie. O no.


Lateralvision


PELEAS DE MASCOTAS DE PERSONAJES ILUSTRES. El furioso y brutal PERIQUITO DE GANDHI y su terrible pico ganchudo CONTRA el tremendo y salvaje PERRO DE PROUST supuesto gran danés de mortal dentellada.

Arte callejero.

Mientras caminaba por el Paseo Marítimo se preguntaba, ¿en qué se parece una pota, una mascada, el vómito de un adolescente, a un rosetón gótico?.

Delante de cada tres o cuatro bancos, que se reparten a lo largo del Paseo, se veía su correspondiente vómito bordado en el suelo. En esa zona aireada vertían los adolescentes, entre sus piernas, la expresión más plástica que alcanzaban después de una noche de demasiado alcohol. Y el ácido dejaba grabado en el suelo para el resto de la semana, por mucho que se limpiase, una rosa de los vientos, justo en el sitio, donde habían perdido el norte.

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TÓTUM REVOLÚTUM.

A Olga mi madre le parecía Rocio Dúrcal. A Elba Olga le parecía Carmina Ordoñez. A Yolanda Elba le parecía Cher. Yolanda se creía Winona Ryder y a mí me parecía Juliette Lewis. Yo a todas les parecía Johnny Depp. Así que entre tanto sursuncorda, tanta imaginería cutre, las mandé al carajo a las cuatro.

El Universo visto como una máquina de Rube Goldberg (cuesta arriba).

Aristóteles dio el primer empujoncito cuando escribió en el libro XII de su metafísica sobre la idea de un Primer Motor. Galileo tiró la siguiente pieza, movió el siguiente engranaje que convertiría al Universo en un evento mecanicista, el inmenso mecanismo preciso que reducía nuestra libertad a una apariencia, nuestra conducta a un determinismo de ruedas dentadas. Newton lo pasó a limpio.
Pero resulta que me viene la sospecha de que el Universo, aún siendo un artilugio gigantesco, articulado de pequeños átomos como resortes, no es ese mecanismo preciso y ajustado, el reloj sin relojero, sino una estrambótica, compleja y rebuscada máquina de Rube Goldberg.

Lo que pasa con el Universo, es que por mucho que descorramos todas las cortinillas (velo de Isis, tupido velo, malla de Brahma, incertidumbre cuántica...) nunca aparecen los créditos.

Mi Bici

Mi Bici
Bicicleta anarco-fascista, estupendo aparato para pensar.
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