Cáspita!

¡Cáspita!

GUERRA

I

Siempre estoy midiendo la inteligencia de los demás. Y cuando ya están tomadas todas las medidas me repliego a la frontera de su inteligencia, y allí nos juntamos a hablar tranquilamente. Yo les defiendo de que ataquen su puesto fronterizo y les pido que me dejen implantar una embajada en el centro, justo en el centro, de su país. Y celebran una bienvenida multitudinaria con boatos de monarca extranjero e importante. Y alguna vez, de noche, quedamos para en secreto ampliar sus fronteras. Les escribo algún decreto que alegremente cuelgan de las calles de la ciudad con su firma, y a mí me gusta que me oculten y, que a veces, quieran que viva en su país, al cargo de alguna institución importante. Presidente de la real academia de lenguas clásicas, les digo yo. Y luego, rechazo el cargo. A veces me llega una noticia grave, los campos del norte han sido invadidos por los malos. Me ciño mi casaca, empuño el sable y me encargo de acabar con todos los indecentes. Mis heridas sangran por la mañana, yo las contemplo como trofeos hermosos de mi victoria. Y en cuanto nos ponemos en pie celebramos una fiesta inventada, que sumamos al calendario. Cuando me marcho quiero olvidarme de todo lo sucedido y pienso en la Escala Métrica Decimal.
Que debe haber un error de algún centímetro.



II

Con mis novias todo fueron batallas fronterizas, escaramuzas y guerra de guerrillas, por mucho que yo me rindiese de lo que las quería. Y atacaba, también, por defenderme, con armas de juguete, armas estúpidas de juguete.
No quiero decir que siempre nos estábamos peleando sino que yo recibía estúpidas declaraciones de guerra y me cansaba abrir tanto correo, me agotaba al ver sus fronteras siempre en la misma llanura. Y si luchaba era por conquistar nuevos territorios y porque el mundo se olvidase de nosotros, ¿o era al revés?. Nosotros del mundo.
Era una lucha pacifista y silenciosa, cariñosa y llena de regalos. Mis armas eran regalos de animales enormes. Mis regalos, mis armas, siempre hacían cosquillas, y eran la envidia de todos los estrategas. (Sólo una vez le di a elba un regalo que era beligerante y duro, pero sólo para que se olvidase de mí. Aún así no dejó de ser un gran regalo). Detesto a los pacifistas como detesto las armas que no son un regalo.
Ahora mis arsenales guardan, en mi palacio de invierno, Nuevos Mapas que dibujo de Nuevas Invasiones. El único inconveniente es que son hacia países imaginarios. Mando espías que busquen aquel país que no existía y, después de un año, vuelven con la noticia: “Le comunico, que no existía”.

2 comentarios:

Be dijo...

Esta soy yo.
Estoy en proceso escribiendo textos para mi blog, así que no verás mucho si pasas ahora.
Ahora me voy para cama, pero prometo, cuando acabe este mal tiempo por el que estoy pasando, entrar aquí y leer con detenimiento y comentar con sustancia.
Un besazo,
Be.

Be dijo...

Probablemente estás pensando: ¿Qué pretende esta estúpida dejándome su estúpida huella en este estúpido papel que no existe? Probablemente incluso lo esté pensando yo... El caso es que me gusta dejar constancia a autores de que he leído sus obras, porque sé lo que se siente y por mucho que tú seas escurridizo gusano de guerra -cosa a grandes rasgos más que respetable- quizá tengas aún algún carácter en común conmigo pululando por tus neuronas.
Me gustan tus escapadas y tu gran método representativo, pero me temo que no te interesan mis observaciones lingüísticas, así que simplemente te diré una cosa que supongo que estarás harto de saber: si no se imagina un invento, jamás sería descubierto.

Mi Bici

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Bicicleta anarco-fascista, estupendo aparato para pensar.
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