Cuando uno quiere ser independiente trabaja mucho para tener mucho dinero. Pero cuando quiere ser realmente independiente, no hace nada. Porque el dinero crea dependencia.
Aunque yo no lo hago por este motivo, vivo sin tocar el dinero para nada. Salvo cuando tengo un capricho excepcional. Como el verano pasado que quise ir a Salamanca para seducir a Beatriz, y me dediqué a dibujar unas acuarelas. En cuatro días tenía 600 euros. Si no es para este tipo de cosas el dinero no lo acaparo, lo dejo para los demás. Pero mi verdadero ideal, que algunas veces practiqué, es trabajar a cambio de nada, es lo mejor. Trabajar por el mero hecho de hacer algo. Nada más. Y así dinamitar del trabajo esa secuencia: esfuerzo-sufrimiento-producto, que domina occidente. 
Cristianos, judíos, socialistas y capitalistas –que para mí son la misma cosa, vienen de lo mismo y piensan exactamente igual– están afectados del Complejo de Adán, que supone creer en la fórmula: trabajo es igual a sudor y sudor es igual a producto, como la única manera de entenderlo, la única explicación del trabajo que alcanzan. Y que además, en cualquier caso, todos estos factores de la ecuación conllevan para ellos la misma dosis de sufrimiento.
La cosmogonía cristiana –que es la misma que rige para los ateos de izquierdas– en el primer libro de la biblia, después de toda la movida del paraíso donde moralmente se instaura la culpa, se condena al hombre a sufrir en este mundo, por mandato divino, sólo una cosa. Tendrá a partir de ahí que padecer para poder subsistir; tendrá que sudar para comer. Ganarás el pan con el sudor de tu frente. (A la mujer se la condena con el dolor del parto, y curiosamente es la única especie, la nuestra, que sufre cuando da a luz). Parece que la expulsión del Paraíso relata la entrada del hombre en el Neolítico, donde pasa de ser recolector a agricultor, de cazador a ganadero. Pasa, de recoger los frutos que la naturaleza le ofrece, a tener que esforzarse para arrancarselos. La revolución neolítica es una revolución del trabajo. Es su origen. Y el de la propiedad.

Cristianos, judíos, socialistas y capitalistas –que para mí son la misma cosa, vienen de lo mismo y piensan exactamente igual– están afectados del Complejo de Adán, que supone creer en la fórmula: trabajo es igual a sudor y sudor es igual a producto, como la única manera de entenderlo, la única explicación del trabajo que alcanzan. Y que además, en cualquier caso, todos estos factores de la ecuación conllevan para ellos la misma dosis de sufrimiento.
La cosmogonía cristiana –que es la misma que rige para los ateos de izquierdas– en el primer libro de la biblia, después de toda la movida del paraíso donde moralmente se instaura la culpa, se condena al hombre a sufrir en este mundo, por mandato divino, sólo una cosa. Tendrá a partir de ahí que padecer para poder subsistir; tendrá que sudar para comer. Ganarás el pan con el sudor de tu frente. (A la mujer se la condena con el dolor del parto, y curiosamente es la única especie, la nuestra, que sufre cuando da a luz). Parece que la expulsión del Paraíso relata la entrada del hombre en el Neolítico, donde pasa de ser recolector a agricultor, de cazador a ganadero. Pasa, de recoger los frutos que la naturaleza le ofrece, a tener que esforzarse para arrancarselos. La revolución neolítica es una revolución del trabajo. Es su origen. Y el de la propiedad.
Marx, que era un judío integral, pensó: "El trabajo es una condena ¿cómo haremos para librarnos de él?. ¡Dividámoslo!. (Otro más que hizo un cálculo de improbabilidades). Así tocará a menos por cabeza". Con esta lógica se hace la revolución. Pero no cambió absolutamente nada el concepto frustrante del trabajo, el entenderlo como una pena. Siguió dentro del mismo paradigma culpa-condena que instauraron sus antepasados rabinos.
Si me pusiese a trabajar en serio os sorprenderíais de lo bien que lo hago. Y únicamente porque como no estoy afectado del Complejo de Adán, que hoy ya es un síndrome, no identifico trabajo con sudor y mucho menos sudor con producto, por lo que para mí trabajar es un placer y con un mínimo esfuerzo, sin llegar a sudar, consigo un gran resultado, y siempre contento. Y lo que más me gusta es hacerlo gratis. Ayudar a quien lo necesita sólo por el hecho de hacer algo, pero no para sentirme bien por ayudar a alguien, sino porque algo hay que hacer. Si todo el mundo actuase así se rompería el actual paradigma moral impuesto por los mercaderes, que han arruinado el templo.
Así me siento yo, en un templo en ruinas. En el que aún quedan fragmentos que intento descifrar, cuando todos los demás los pisotean, sin darse cuenta que son enigmas preciosos.
Así me siento yo, en un templo en ruinas. En el que aún quedan fragmentos que intento descifrar, cuando todos los demás los pisotean, sin darse cuenta que son enigmas preciosos.
Sólo necesito dar un paseo en bici para forjar una filosofía, o fundar una religión, o argüir una gramática o, como ahora, descubrir un complejo psicológico, el Complejo de Adán, para que la sicología lo estudie y por fin resuelva por qué las personas necesitan sufrir mucho para disfrutar un poco, por qué todos son tan cristianos. ¡Evohé!
ÚLTIMAS NOTICIAS: Estoy acabando de hacer la última corrección a esto que he escrito cuando me llaman para un trabajo. Que casualidad. Durará sólo 5 días. Ganaré 500 euros.
Suficiente para satisfacer mi último capricho: un ordenador para poder seguir escribiendo. Ah, y ponerle los radios a mi bici, que tanto se lo merece. Y que yo tanto la quiero.
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