Cáspita!

¡Cáspita!

VIBRANTES ROZAGANTES SICALÍPTICAS ADOLESCENTES, Y EL SOL NACIENTE.

Hoy tuve un sueño sicalíptico con una pubescente. Que bonitas palabras sicalíptico y, cuanto más, pubescente. Cuando le cuento esto a Kaki, en lugar de preguntarme que pasaba en el sueño con la pubescente, me pregunta por el origen de sicalíptico, si vendría del griego, se preguntaba; que amigos más raros tengo. Le digo que no es una palabra antigua, que, según recordaba haber leído en un libro muy divertido sobre la etimología de algunas palabras, de Néstor Luján, es una palabra que nace en los años 30 más o menos, pero que esto no impide que tenga alguna raíz griega. Entonces él recuerda otro libro, Cuentos sicalípticos, que le parece que es de 1920. Con tanto rollo se quedó sin saber lo que pasaba en mi sueño, con todos sus lúbricos detalles.



Cuando le conté a Beatriz –mi primera novia y la que pudo haber sido la última al encontrarnos despues de más de 20 años– mi meticulosa afición por las japonesas, le pareció bien. Pero cuando, una vez que lo dejamos, le hice notar mi inclinación por las adolescentes, ya no le pareció tan bien. A esas alturas cualquier cosa que yo dijese le parecía mal. (Creo que se veía capacitada para competir con una japonesa pero no con una adolescente). Me dijo que a mí me gustaban porque me resulta más fácil el impresionarlas, sólo porque aún son ignorantes, y nunca cuestionarían mi inteligencia. Entonces le dije, en un típico arranque de megalomanía: Mi inteligencia es incuestionable, ni por una de 16 ni por dos de 40. Incuestionable y a la vez indemostrable. Es un constructo de mi imaginación. Y mi imaginación, de mis ganas de quererte (por eso, cuanto más te quiero, más listo soy). Mi inteligencia es como el mismo universo: es finita, pero no tiene límites. Y mi tristeza, como la radiación de fondo: tenue, constante y denota una gran explosión. No seas tú la que ponga en duda esta cosmología.

Y tampoco pienses que busco impresionarlas –soy demasiado burro para impresionar a nadie– al contrario. Estoy yo, mirándolas, flipado en el dulce estupor de estar impresionado. Respecto a lo que saben a esa edad, ya te dije que creo que cuando la gente crece se vuelve más tonta. Y, si en lugar de ignorancia, leemos inocencia, ya tenemos todo lo mejor que se puede esperar de lo voluptuoso. Lo imprescindible para disfrutar de las delicadas delicias; juzgar poco, y posar rozagantes en el placer-vergüenza de ser miradas.

Sólo hay una cosa mejor que una colegiala o que una japonesa, y es: una colegiala japonesa. Además, hablando de sexualidad, me parece mucho más natural admirar la belleza en el justo momento de su eclosión, que meterse rollos de plástico por el bul, por muy vibrantes que se nos presenten, que es lo que ella quería hacer conmigo.



Al final ella se quedó sin poder practicar su entretenimiento y yo tan solo como siempre. Puede que yo no asimilase que la niña de 15 años, la bella Belatriz, que no se dejaba hacer casi nada, que es lo que a mí me gustaba, con el tiempo se hubiese convertido en la falófaga Felatriz, así, de golpe. Me desperté en Salamanca con la brusca mutación de prometedoras Belatrices en imprevistas cicatrices. Y de vuelta a La Coruñita.

Allí todo se zanjó con tres días de borrachera y tres sucesivas caídas de mi bici, con sus tres correspondientes brechas en la ceja derecha, una tras otra, superpuestas, que concluyeron en tres inevitables cicatrices. Bueno, cuatro, si incluimos la otra, la que no se ve...
Y el Sol naciente.
***

1 comentario:

Anónimo dijo...

viva san ramón nonato

Mi Bici

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Bicicleta anarco-fascista, estupendo aparato para pensar.
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