Cáspita!

¡Cáspita!

CONTUMACIA.

Al principio yo escribía sólo para que me quisiesen. Pero pronto descubrí que escribir traía añadido un peligro infinito, y precisamente este peligro pasaba por correr el riesgo de conseguir todo lo contrario. Debería entonces renunciar a escribir o asumir ese riesgo, que parece que es indisoluble del acto de escribir, al menos como yo lo entiendo. No he conseguido que nadie me quiera más, por nada de lo que escribo. Sin embargo creo que me ha traído muchos malentendidos y algunas lentas deserciones, disimuladas con la cortesía cínica del que no ha entendido nada.
La verdad es que si ahora escribo lo hago porque no tengo otra cosa. Y también, lo reconozco, lo hago por adornar mi acabamiento. Por decorar un inútil desastre, que no es más que un simple holocausto de nada, donde uno sólo puede acompañarlo del sonido de larguísimas trompetas apocalípticas –por decirlo pomposamente– para darse alguna importancia.

Lo único que hago, al ver mi radical inutilidad, es armar un entramado estetizante con los fragmentos torpes que se desprenden cuando gira el colosal desastre en el que me he convertido. Y a eso lo llamo escribir.
Y, como sé que todo esto sólo es un truco, una distracción de feria, no es difícil adivinar que es de ahí de donde viene todo lo mal que escribo. De ahí todo el mal oficio, todas las malas metáforas, todas las letras que me miran con despectivas razones. Sé perfectamente que es lo que hay que hacer para escribir bien, y no lo hago. Esto, y todas las demás cosas que no hago, me convierten en una descomunal potencia que vibra pero que no actúa. En términos de física esto se llama energía potencial, que es la misma que poseen las piedras en lo alto de un risco, esas que duran siglos retando al viento, y que sólo en una noche de tormenta, de golpe, despliegan toda su fuerza cinética. Mientras tanto únicamente son un escollo, y su energía es igual a cero. Sólo un viento fuerte, sólo una casualidad podrá desatar una reacción.
Si yo no valgo nada; si lo que escribo es sólo una forma de disimularlo; si con esto ni siquiera he conseguido engañar a nadie para que me quieran un poquito más; si esta artimaña, además de estéril ni siquiera es estética, ¿para qué sigo escribiendo?
Posiblemente lo hago para poner en marcha ese sentido autóctono y tan desarrollado en el gallego: el sentido del autonoxo. Que uniéndolo a una auto-conmiseración cutre, artera, da una imagen de mí que utilizo con el fin de despertar el instinto maternal de alguna desprevenida galeguiña. Para allí habitar su colo y olvidarme de que no sé escribir.


la ´patafísica es la ciencia

1 comentario:

Anónimo dijo...

http://estibaliz.wordpress.com/2009/11/27/326/

Mi Bici

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Bicicleta anarco-fascista, estupendo aparato para pensar.
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